“Ya no puedo escribir, tampoco puedo ser tu amigo, si seguimos con esto nos haremos daño”, me dices desde aquel lugar frío y lejano donde nos conocimos. Un mensaje extenso en el que insistes que no puedes continuar, que no quieres causar daño, que piensas que terminarás hiriéndome, que esta distancia física te agobia y que por ello nunca más volverás a escribir. Veo mi reflejo en el computador, desconcertada, sin aliento; leo una y otra vez ese mensaje, analizo cada párrafo, busco respuestas desmenuzando cada frase para aliviar en algo mi desconcierto.
La primera vez que lo vi fue la noche más fría que he vivido. El sonido tétrico de la lluvia cayendo sobre la acera, el ladrido lejano de los perros e indescifrables sonidos que provenían del viento. Al entrar en aquel lugar lleno de extraños y sin rostros amables que me dieran seguridad, lo vi, allí estaba, desconectado del mundo, serio y distante. Sentí miedo y no logré sostener la mirada al saludarlo.
El
primero en acercarse fue un tipo pálido, de rostro alargado, con una enorme
sonrisa y con los ojos que me observaban bajo sus lentes.
-¿Eres
Lucía verdad ?, bienvenida, no temas aquí te vas a divertir; los primeros
días siempre son así, dijo en tono sarcástico.
-
Espero… aún me siento algo desubicada, le dije
Se me acercó con naturalidad y me susurró al oído: “yo siempre me siento desubicado aquí”, y sonrió. Él, siempre lejano, puedo jurar que no supe cómo sonaba su voz durante mucho tiempo.
Una
tarde justo antes de salir, se acercó casi imperceptible y dijo en voz
baja.
-¿Te quedas ? ya vamos todos a salir. Antes de terminar la pregunta, tocó mi rostro con suavidad. Una incontenible sensación de calor y me invadió toda. Cuando volví a la realidad, el se alejaba de prisa con una gran sonrisa, creo que consciente de lo que ocasionó en mí. Más tarde, mientras caminaba hacia mi habitación, tuve una terrible sensación de culpa, por mirarlo, por ese calor cuando me tocó. Luego sentí miedo y aún así, una sonrisa incontrolable se dibujó en mi rostro al recordarlo.
Lo que pasó desde aquel día en adelante fue una sucesión de acercamientos confusos. Las miradas, los mensajes y las llamadas me emocionaban de tal manera, que luego del trance, solo me dejaban una sensación de culpabilidad extrema. A esa altura ya estaba convencida que su presencia me perturbaba.
Una mañana mientras recorríamos el pueblo, con un silencio incómodo que solo se detuvo cuando encendió la radio; detuvo el carro en forma intempestiva, giró su rostro y entonces en milésimas de segundos vi su mano sobre la mía. Otra vez esta sensación de calor recorrió mi cuerpo. Durante el resto del camino todo continuó tal cual, la radio sonando, en con la mirada fija en la carretera, yo mirando por la ventana y su mano sobre la mía; sin decir una sola palabra. A partir de aquel día nuestras necesidades de cercanía se incrementaron, ambos buscábamos la oportunidad de estar juntos aunque no cruzáramos una sola palabra. Frente a todos, éramos dos extraños que no se soportaban y cuyos egos se sentían invadidos. Creo que teníamos la necesidad de discutir para disimular esa intensidad que nos unía, para afirmar aquello que no éramos -que deseábamos ser- y que sabíamos que nunca podríamos ser. Poco a poco esa intensidad se fue volviendo una necesidad física que reprimimos durante mucho tiempo, siempre con el mismo ritual, sin mencionar nada sobre ello; el silencio nos liberaba de culpas y remordimientos.
Planeamos salir de ese lugar, no hubieron muchas palabras de por medio cuando lo acordamos, solo ocurrió.
-Quiero
verte
-
Aquí no se puede
-
Entonces salgamos de aquí.
-
OK
Yo debería esperarlo en una ciudad cercana y el llegaría al día siguiente y entonces podríamos por fin estar juntos.
Mientras
esperaba por él en esa ciudad tan extraña, nuevamente me abordó la culpa y
sentí un miedo paralizante. Estaba segura que terminaría mal, por un
instante estuve a punto de tomar mis cosas y escapar. ¿Qué podría pasar ?
más tarde le enviaría un mensaje diciendo que tuve un problema y el no
preguntaría más.
Di vueltas en la habitación con ansiedad. Así debe sentirse alguien antes de cometer un crimen, pensé. Los arrepentimientos invadieron mi cabeza, dudé, lo analicé una y otra vez. Al final, el razonamiento falló y la adrenalina por lo prohibido me ganó la pasada y entonces no pensé más… ya no había nada que cambiar.
La
mañana siguiente mientras me cambiaba revisé el celular en varias ocasiones,
por un momento lo imaginé dudando y arrepentido. Barajé esa posibilidad en
los diez minutos que duró la espera. Entonces la llamada me hizo salir de
prisa de la habitación.
Caminé
a su lado por varias cuadras sin decir una sola palabra, cuando por fin pude
hacerlo, dije un par de cosas sin sentido y finalmente decidimos ir
a almorzar. Llegamos a un restaurante con una gran terraza desde donde
podíamos observar la imponente ciudad; observarla así me dio cierta
tranquilidad. Procuré que esa sensación invadiera
mis pensamientos ¿quizá esa historia solo estaba en mi cabeza ?¿de pronto
había entendido mal el mensaje? quizá solo necesitaba alguien con quien hablar?
-Tus ojos son más bellos al sol, me dijo
Y entonces toda mi teoría se desbarató…
Mientras almorzábamos lo observé con curiosidad. Era diferente a todos, había una mezcla de madurez y picardía en su mirada y el era consciente de ello, sabía el efecto que causaba en mí. En muchas ocasiones mis sonrisas fingidas le causaban gracia, el no necesitaba disimular, yo en cambio me esforzaba en que no notara mi nerviosismo.
Hablamos de muchas cosas esa cálida tarde; el trabajo, los amigos, nuestras familias, los temores. Mientras yo hablaba de ello en forma apresurada y nerviosa, observé en su miraba algo que no había notado antes, tenía una apariencia triste que lo hacía verse vulnerable, cuando me contó sus pérdidas comprendí porqué su mirada a veces parecía nublarse, aun así no perdía esa actitud de suficiencia que me atolondraba. Esa tarde confirmé que conversar con él era una actividad intensa y estimulante y eso me encantaba. Salimos de aquel lugar y caminamos un poco observando la majestuosidad de la ciudad y conversando de ello. Él recibió una llamada que lo puso nervioso, el tono de su voz cambió y su miraba se concentró en el celular; no mencioné nada y apuré el paso, como dándole espacio para responder.
El
camino de regreso fue silencioso y entonces entendí sus deseos de salir desesperadamente
de ese lugar, llegar al hotel y hablar con ella.
-Es hora de irnos, hace frío y mañana debo viajar, le dije
Me
miró como sospechando y se quedó en silencio, paró un taxi y
partimos. Durante el trayecto recostó su cabeza sobre mi hombro, pensé en
alejarlo, pero no hice nada, a esas alturas no tenía sentido mencionar una sola
palabra.
Al irse no volteó la vista atrás. Me sentí tonta, expuesta; sentí rabia.
Aquella noche desee que las horas pasaran lo más rápido posible y estar en casa, olvidar lo ocurrido y fingir que nada ocurrió. Centré mi atención a la programación del televisor pero no pude concentrarme, cambié de canal una y otra vez evitando pensar en él.
-Si
me quedaba más tiempo contigo no te habría dejado ir, decía un mensaje de
texto.
Lo
borré de inmediato y me envolví entre las sábanas, cerré los ojos y forcé el
sueño lo más que pude, creo que no desperté hasta cuando llegué a casa al día
siguiente. Pasé varios días evitando pensar en
aquello, afortunadamente la distancia me permitía hacerlo, distraje mi mente en
lo que pude.
Días
antes de volver, una noche tendida en mi cama e intentando conciliar el sueño,
observé el techo y detecté unas grietas casi imperceptibles que parecían
avanzar y estar muy cerca de las paredes; tuve miedo, un miedo
inexplicable y unas intensas ganas de llorar. Con esas grietas ahí, la
casa se veía muy frágil, me invadió la idea de que avanzarían y destruirían todo
sin que pudiéramos hacer algo para evitarlo.
Mi
regreso tuvo un aire distinto, esta vez estaba decidida a dejarlo todo, lo
comenté con algunos amigos, todos parecían estar intrigados.
Las
llamadas y mensajes cesaron, procuré mantenerme lo más lejos posible y evité
los encuentros, hasta el día en que supongo, se entero de que partía.
Escuché
su voz fuerte pero lejana. La palabra “renuncia” dicha por él, sonaba
diferente. Sin sacar la vista de su ordenador,
cogió un papel que tenía sobre su escritorio y dijo
-¿Puedes
explicarme que es ésta idiotez ? ¿Qué se supone que quieres hacer ? nosotros…
Sentí
rencor cuando usó la palabra “nosotros”, sin reparar en la extraña situación
que vivíamos.
Con
la mirada fija en el papel que tenía en la mano le dije que había decidido irme
y que ya había cumplido mi tiempo en aquel lugar.
Se
sacó los lentes, se frotó los ojos y preguntó cuándo fue que tome la decisión,
como dudando de mis argumentos.
No
dije nada, esta vez lo miré de frente y sin temor.
Volvió
a tomar el papel, cogió el lapicero y entonces firmó.
Presumo
que entendió que estar lejos era lo mejor y como decía la canción que sonaba en
la radio aquella en tocó mis manos... “no fue bueno, pero fue lo mejor”.
No
pude evitar mirar atrás mientras caminaba hacia el bus, su mirada se cruzó con
la mía. Juro que quise volver, abrazarlo y decirle que no me atrevía, que
me quedaría, que solo debía pedírmelo…
¡Bah
!, otra vez estaba imaginando cosas… bajé la mirada, di la vuelta y continúe
con mi camino.
No lo vi por muchos días. El día mi partida, creo haber visto una silueta en ventana de su habitación, probablemente era él o quizá era solo inmenso de que fuera el.
Un sábado por la mañana abordé el bus que me sacaría de ese lejano lugar. Observé rostros familiares despidiéndome por las ventanas, fijé la mirada en aquellos cerros tétricos que adornaban el paisaje, una gran nostalgia invadió mi cuerpo, sentí ganas de llorar, probablemente lo hice mientras el bus partía .
Varios
mensajes en el celular me deseaban suerte y oculto entre ello, un mensaje
suyo…
-No
te vayas
Mientras el carro se alejaba voltee a ver lo que dejaba… y ahí estaba él, lejano, inalcanzable, igual que la primera vez que lo vi. Ya no había vuelta atrás.
El viaje de regreso a casa fue rápido, solo viene a mi mente el insoportable olor a café en el avión y la aeromoza indicando las rutas de escape. Luego, un inmenso vacío de recuerdos y de emociones que terminaron con el abrazo cálido de mi madre al cruzar la puerta de la casa.
Todo estaba igual, nada parecía haber cambiado desde la última vez; los muebles en el lugar de siempre, los libros cubiertos de polvo, cada cosa en su lugar. “Así debe ser siempre, cada cosa tiene un lugar”, dije.
Mi
primer día en el nuevo empleo fue brutal, aún recuerdo tener que despertar a
las 4.00 am para poder llegar a tiempo. Me veo ahí parada esperando el
bus, con el frío que cala los huesos y con gente desconocida abriéndose camino
entre la multitud. Afortunadamente habían rostros conocidos, juro que si
no hubieran estado habría abandonado ese lugar de la misma forma que hacia
cuando tenía miedo o me sentía insegura, huyendo.
Una tarde mientras volvía a casa, cansada, desanimada, con una frustración que combinaba perfectamente con la caótica ciudad, un mensaje llegó. El número me pareció conocido, había visto este número en muchas ocasiones y en tantas otras ocasiones lo había borrado.
Su
aparición fue inesperada, con ese aire de frescura que lo caracterizaba y así
regresó a mi vida otra vez, sin decir mucho, sin prometer nada.
-¿Estás contenta ?, me preguntaba en tono incrédulo
De vez en cuando como quien quiere dejar en claro la nueva situación, me llamaba “amiga”.
-Suerte
amiga, hablamos amiga, cuídate amiga.
Su
conversación estaba infestada de un “amiga” innecesario. Dejé en claro que
no era necesario, yo sabía que éramos y no había nada que aclarar.
Pronto la frecuencia de mensajes aumentó y volvieron las llamadas nocturnas. Este ritual solo se detenía los días en que solía desaparecer. Teníamos un lenguaje cómplice, yo sabía que no podía escribir o llamar, sabía que esos días lo perdía y solo debería esperar.
Conversábamos
sobre música y libros, nos reíamos con complicidad sobre aquello que pensábamos
que nadie más sabía; hacíamos bromas y luego pedíamos disculpas. Sin
darnos cuenta, las conversaciones podían transcurrir horas y solo se detenían
cuando el cortaba bruscamente la llamada (para hacer otra llamada supongo) y
luego volvían durante toda la madrugada.
Una noche de aquellas, dijo que me extrañaba, luego corrigió la frase y repitió más fuerte: “te extrañamos todos por aquí”. Sin pensarlo mucho y luego de tomar aire… le confesé que lo extrañaba. Al otro lado del teléfono oí su reparación agitada
-necesito verte por favor - yo también quiero verte, dije.
Envió
una foto tomada en ese instante. Estaba igual que siempre, su sonrisa
pícara, sus ojos negros y cansados, su mirada triste.
Nos
enviamos muchas fotos ese día, fotos a solas, fotos con amigos, fotos en
el trabajo y entonces llegó esa que no saldría de mi cabeza por mucho tiempo.
Estaba
de espalda, podía ver su torso desnudo y un tatuaje amplio y
gris. Un crucifico entrelazado a una rosa con espinas ¿qué querría decir
con ese tatuaje ? ¿eran galones de guerra ? ¿eran cicatrices por las pérdidas
?.
Durante los siguientes días no pude sacar esa imagen de mi mente, me descubría en ciertas ocasiones mirando al vacío y recordando ese tatuaje; imaginaba poder observarlo de cerca, calculaba en silencio el tamaño que tenía e imaginaba su textura. Una noche, durante sus desapariciones mensuales, tuve un sueño perturbador. Soñé que despertaba y él estaba al lado mío, estábamos en un lugar extraño y en una ciudad diferente, habían árboles afuera y el viento entraba en la habitación. Me abrazaba por la espalda, besaba mis hombros, me acercaba a él, jugaba con mi cabello, me besaba intensamente y sonreía.
Luego
tendida en la cama me desnudaba y me hacía el amor, sentí en ese sueño como sus
manos recorrieron mi cuerpo, investigando cada espacio con nerviosismo, abrí
los ojos y pude ver su cuerpo reflejado en un espejo, vi entonces el tatuaje,
tal cual la fotografía, podía verlo moverse al compás de su cuerpo sobre el
mío, recorrí cada trazo , cada línea, cada curva y desee quedarme así
para siempre.
Ese sueño me dejó muy nerviosa e impaciente, tenía la sensación de que no lo vería nunca más, conté los días para volver a escribirle y cuando por fin supe de él, sentí un alivio increíble que me dejó respirar profundamente. Esa noche hicimos el amor por teléfono, fue intenso, fue pleno, sentí su presencia en cada espacio de mi ser y pude ver el tatuaje una y otra vez.
Desapareció antes de lo previsto, desde aquella noche no supe de él. La culpa me invadió nuevamente, sabía que también el sentía culpa y que su proceso sería más complicado que el mío. Entonces dejé de sentir rabia por su distancia y sentí pena por él. Ese fue un adiós sin palabras, fue un adiós que tarde o temprano debía ocurrir.
Tiempo
después, cuando el invierno se sentía con más fuerza, encontré un mensaje
suyo… solo confirmaba el final… quise llamarlo pero no me atreví. Respiré y por primera vez después de conocerlo,
sentí una sensación de alivio que recorría todo mi cuerpo. Tomé mis
cosas y salí