martes, 12 de julio de 2011

Asturiana fijación




Dícese de la fijación que hace que la libido se una fuertemente a personas o imagos y reproduzca un determinado modo de satisfacción.
Este concepto es lo más cercano a lo que siento cada vez  que  escucho al viejo Nacho Vegas, este gran asturiano al que descubrí de forma casual  hace algunos años mientras buceaba por la red. Y ahí estaba el gran Bunbury, con un tipo de aspecto extraño y cansado que gritaba por un megáfono que fue el hombre que casi conoció a Michi Panero  (¿quién rayos era ese tal Panero?).  Aquel día esa música me lanzó al mar, me hundió, me hizo reflotar, me volvió a hundir y me samaqueo de tal manera  que nunca más pude dejarlo. 

Debo decir que la música de Nacho Vegas me enamoró desde la primera vez, fue de esos amores a primera vista que no existen en la vida real. Su extraña voz, el ritmo pausado, la melodía, la poesía hecha canción, el canto triste pero a la vez fuerte e imponente, esa especie de desdicha paradójica que termina por envolver. Y no es poco decir de alguien que recolecta lo sucio, lo extraño, lo cabaretero  para convertirlo   luego en poesía. Alguien que le canta a la frustración, a la culpa, al odio, al sexo, a la resaca; sin necesidad de maquillarlas y convirtiéndolas en crónicas puras y sinceras.

No pretendo hacer apología al gran Nacho, a estas alturas, quienes los hemos disfrutado sabemos que lo más excitante es que algunos lo amamos y otros lo odian. Si embargo, me he propuesto hablar de su música y voy a intentarlo.

Cada canción tiene un tono de confesión sincera y sin vergüenza. Nacho se permite ser y sentir como humano: “Bravo, permíteme aplaudir por tu forma de herir mis sentimientos…” “Te odio tanto que yo mismo me espanto de mi forma de odiar…”, y así nos vemos frente a canciones que muestran que el desamor y el odio son también sensaciones humanas, necesarias a veces. De hecho, si pasas alguna vez por el amargo momento de la ruptura, sus canciones te harán sentir el dolor en su más pura expresión y si aún formas parte de ese grupo de afortunados que no se ha enamorado, conocerás el desamor de cerca, tan cerca que llegarás ha sentir algo parecido.

La música de Nacho navega por las sensaciones humanas. ¡Sí  Nacho¡ creo que has  sido moderadamente infeliz: “…  Los hombres un día sintieron sufrir y quisieron compartirlo. Entonces se inventaron el amor. El resultado fue ya sabéis. Como en los erizos…” (Las Inmensas Preguntas).
Han pasado casi seis años desde que lo conozco, en todo este tiempo ha sido difícil convencer a la gente de que escuche con atención y sienta la magia. “Es música muy triste", escucho con frecuencia.  Y, sin embargo, he terminado por convencerme que escuchar a Vegas es un placer no apto para dos, se debe hacer a solas, porque es una experiencia que en soledad tiene más sentido.

Ahora me pregunto qué se sentirá oírlo  en vivo, sentir como se rompe su voz cuando dice: “Perdón por el gran sinsentido, por querer comprenderlo y, sobretodo, por no comprender... Perdón…” (En la Sed Mortal).  
Seguiré imaginando ese momento, tal vez no sea hoy, ni mañana, ni al otro, pero un día pasará  y  Nacho “…si tienes un rato allí, ¿me querrás enviar algo impregnado en tu olor, desde el frente con amor y  con absurdidad? (Con amor y absurdidad).

lunes, 11 de julio de 2011

¡Ni cobarde, ni cómplice!

 (Debo señalar que mi reciente incursión en el espacio blogger  me permite publicar algo tan pasadito como esto. En recompensa por semejante conchudez va también un alucinante grafitti de Banzky)

Al igual que muchos de los que usamos el internet, he visto con gran entusiasmo como se ha convertido en un importante medio de difusión de contenidos y más aún, en un soporte  de expresión  para el ciudadano de a pie. Los peruanos tenemos en las redes sociales la posibilidad de exteriorizar nuestra posición en torno a  diversas situaciones; ¿trascendentes o no?,  uno puede decir lo que le venga en gana, exponiéndose claro, a sufrir un bombardeo de opiniones contrarias. ¡Pero de eso se trata finalmente, este medio deja decir y deja contradecir!.

He descubierto además (con gran emoción debo reconocer), que los peruanos  nos hemos convertido en millones de analistas políticos que desde diversas tribunas  buscamos opinar para convencer, y es que la  situación en la que nos encontramos sin duda lo amerita. Por alguna razón este escenario me agrada, por que ha permitido que mucha gente se interese en aspectos antes restringidos y hablo de la restricción interna  para opinar  sobre situaciones que atañen a nuestro país. Bajo ese pretexto resultó sano ver si algunas de las tantas opiniones que circulan por la red terminaba por convencerme de que era efectivamente cobarde y cómplice por tener la intención de votar viciado o simplemente no ir a votar.

Es en ese afán que he  revisado cuanto link asociado a la coyuntura electoral de nuestro país exista, surfeando entre denuncias coherentes y descabelladas, furibundos análisis de periodistas e intelectuales  y  opiniones de mis más de 200 amigos del facebook (¡esto es especialmente bueno, ya que creí que mis amigos se reducían a 20!).  
Durante la incansable búsqueda resultó que lo más cercano a mi posición es la opinión de Mariella Patriu, de quien como periodista solo había escuchado cuando César Hildebrant la sacó del programa “La boca del Lobo”, según dijo, por orquestar una traición. Poco después supe que es su sobrina, en fin.

El objetivo de esta nota es transcribir algunos párrafos de la columna de Mariella Patriu, que considero reflejan la sensación que muchos tenemos a pocos días de las elecciones presidenciales.
Ya que el juego democrático nos ha ubicado en la terrible disyuntiva de decidir entre el cáncer y el sida (Vargas Llosa dixit) o entre el moco y las babas (como diría mi abuelita) el Perú se  enfrentará este domingo 5 de junio a una realidad lamentable: estamos entre la espada y la pared.
Y parece que este Perú de los desaparecidos de Colina, de los periodistas perseguidos, de los medios chantajeados y comprados, del congreso convertido en el portapliegos del dictador, ha decidido repetir el plato y probar suerte otra vez con la familia Fujimori, donde parece que el gran patrimonio que heredan los hijos es el poder que nace de los votos populistas.
A este país de la salita del SIN, de los poderes secuestrados, de la SUNAT como sicaria de la mafia, de las Fuerzas Armadas rateras y traidoras a la patria, a este país del chinito buena gente que llegó en tractor y que se fue como un dictador fugitivo, le parece buena idea que salga Keiko a pesar de todo eso, con tal de que no sea elegido el cachaco mandamás de familia homofóbica y poco respeto a la propiedad privada, convertido ahora en una versión increíble de liberalismo y democracia.
Y en ambos casos se dirán las mismas frasecitas trilladas de siempre ¡Que la libertad venció al miedo y que juro por Dios y por la Patria y ¡no me juzguen por los errores de mi padre¡ y etcétera y mil etcéteras más.

Yo quiero a mi país. Lo quiero libre de compromiso. Que no lo contaminen las dictaduras extranjeras ni lo ensucien las corrupciones internas. Lo quiero libre de polvo y paja, sin racismos que lo dividan ni nacionalismos que lo aíslen.

Que se vayan los corruptos, los mentirosos doble cara, los rateritos de poca monta, los candidatos rabo de paja, los machistas, extremistas.  
Váyanse también los pobres diablos que buscan un futuro en la política. Nunca lo van a encontrar. Dedíquense a otra cosa y dejen de vivir de nuestros impuestos a cambio de nada.
Los que creen que el voto debe ser obligatorio, porque el pueblo es un atado de borregos, váyanse también. No los queremos. Sabemos decidir por nosotros mismos si votamos o no. 
Delincuentes de cuello y corbata, con cola de rata, go home! Media vuelta y a su hueco. Cánsense. Ya robaron bastante.
Que se vayan los que ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga que tienen en el propio. Váyanse los egoístas que no supieron renunciar a tiempo y que ahora se preocupan porque “la democracia está en peligro”. Too late. 
Lobos disfrazados de cordero: ya les vimos los colmillos: se les escapa de vez en cuando el lenguaje de cuartel.
Váyanse los intolerantes que no saben debatir. Váyanse los atorrantes que usan el insulto como fórmula de ataque. Váyanse los que se creen perfectos y no conocen la palabra autocrítica. Váyanse los idiotas que creen que el país se divide entre los “pitucos gringuitos” y los “cholos pezuñentos”.
Váyanse todos aquellos que fundan ideologías políticas que se basan en conceptos raciales. Lárguense, por favor, los que creen que esto se combate con una buena campaña política. No entienden nada.
Váyanse los egoístas que se acordaron que había país más allá de las playas de Asia, solo cuando se asustaron con Humala. Váyanse los que rumian su odio y lo escupen a través de las redes sociales, en lugar de entender que esta nación solo saldrá adelante cuando cada ser humano que la conforma se convierta en un constructor y no en un mendigo. 
Mariella Patriu.
Por eso y por muchas cosas más, decidí que:

¡No votaré  por Keiko!
Porque tengo memoria y recuerdo con asco e indignación la corrupción fujimorista, porque me niego a olvidar los crímenes, la impunidad y sobre todo a ignorar  a  las miles de víctimas de ese nefasto gobierno.

¡No votaré  por Humala!
Por que  no me creo su repentino interés por concertar los cambios económicos, por que su discurso inclusivo es mediático y oportunista, porque rechazo toda forma de violencia e intolerancia que ponga a los peruanos en contra de otros peruanos. 

¡Votaré viciado! (o quizá no vote)
Porque quiero a mi país y deseo que algún día podamos elegir un presidente por convicción y no desde la esperanza en el mal menor. No será este año, desafortunadamente.  

¡Mi posición no es cobarde ni cómplice!
La cobardía y complicidad  están más cercanas a los votos  coaccionados por el miedo ocasionado por ambas candidaturas y que ganará sin duda quien mayor miedo ejerce.
El voto coaccionado por el miedo no es de ninguna manera un voto por convicción.

Ojala y pudiéramos mostrarle a ambos candidatos que existe algo más del 40% de peruanos que nos los quiere, pero es en realidad una hipótesis improbable. Sin embargo, confío que quienes estamos convencidos de esta opción seamos los primeros en promover la vigilancia y participación ciudadana, con instituciones y organizaciones sociales fortalecidas, capaces de mostrarle a  quien nos gobierne  que durante los próximo cinco años no dormiremos el sueño de los justos, sino que estaremos al frente con dignidad y valentía para que nunca más los gobernantes se sirvan de nuestro pueblo.

No quiero crecer

En unos meses cumpliré  años, seré un año más vieja o un año más experimentada. Cuando me detengo a pensar en  los años que cumplo, me estreso. Los 25 suenan a adulta, responsable  y encaminada hacia el éxito. A mi edad mi mamá ya me cargaba en brazos, mi hermano mayor daba brincos en la casa mientras mi papá corría tras él. Mi mamá además, era ya una muy respetada profesional que enrumbaba a descarriados quinceañeros. Yo en cambio, ni estoy  felizmente casada, ni soy una abnegada madre y para ser sincera no veo cercana esa posibilidad.
 La regla dice que al llegar a los treinta ya debería tener el carro del año y dinero ahorrado o invertido en algún negocio  que solucione mi futuro. Yo no tengo nada de lo anterior, es más, algunas veces parece que olvido mi edad  e imagino  lo que quiero tener cuando crezca, minutos después vuelvo a tierra y entiendo que estoy a punto de cumplir 30 años, casi cuarenta, la mitad de sesenta, a veinte añitos de los ochenta (edad en que murieron mis abuelos).
Me he preguntado muchas veces que quiero de mi vida, que espero de ella, que espero de mí.  Hoy a punto de cumplir un año más tengo claras algunas cosas:
Quiero  seguir  disfrutando las navidades en casa  con mi familia.
Quiero seguir jugando con mis hermanos como si tuviéramos  cinco años.
Quiero seguir odiando las mañanas porque debo ir a trabajar y emocionándome  después cuando tengo la posibilidad de inyectar esperanza en la gente.
Quiero seguir soñando que otro mundo es posible.
Quiero seguir creyendo que soy la misma y no me perdí en el camino
Quiero confiar en que nunca dejaré mis convicciones por la comodidad.
Quiero sin duda, nunca dejar de querer todo esto, porque cuando eso pase, cuando crezca por fin, desearé con locura tener la casa soñada y olvidaré mi hogar; veré ese carro con envidia y lo desearé tanto que empezaré a ahorrar (evitando cosas que me hacen feliz); amaré demasiado a un extraño que olvidaré las navidades en casa  solo por el hecho de no salir de su mundo.

Mi madre dice que un día pasará: ¡madurarás es inevitable¡.  En el fondo lo creo también, pero no quiero crecer a costa de mis sueños , mucho menos de mi vida.