domingo, 21 de febrero de 2016

Diálogo y Democracia

Durante mucho tiempo hemos limitado el significado de la palabra diálogo a una mera conversación o incluso lo hemos vinculado con la confrontación. Tal como señala Rodrigo Arce en su artículo: Las diversas manifestaciones del diálogo, 2014: “…no es apropiado hablar de mejores formas de diálogo sino simplemente destacar su diversidad”. Es esa diversidad la que nos permite ubicar al diálogo como un proceso de interacción que requiere una importante disposición a escuchar y aprender del otro.

El diálogo es un proceso de genuina interacción mediante el cual las personas cambian gracias al aprendizaje adquirido por su profunda disposición a escuchar. Cada una de ellas se esfuerza por incluir las inquietudes de los otros en su propia perspectiva, aun cuando el desacuerdo persista…” (Hal Saunders, 1999).


Entonces, si definimos el diálogo como un proceso de interacción que nos permite aprender gracias a la amplia disposición de escucha, encontramos que la relación entre el diálogo y  la democracia es permanente y de coexistencia, ya que para lograr la democracia se requiere que las personas se expresen con libertad y se escuchen con respeto.  Así, la importancia del diálogo en el fortalecimiento de la democracia radica en  que promueve la participación de los actores sociales, económicos, políticos, culturales e institucionales en el  debate sobre temas de interés individual y colectivo, así como en la generación de soluciones incluyentes, que parten de la búsqueda de la paz social.

Asimismo, en un país como el nuestro, donde las divisiones  étnicas, lingüísticas e ideológicas son muy profundas, la importancia del diálogo para fortalecer la gobernanza sugiere la necesidad de aperturar espacios de consulta sobre asuntos colectivos, donde las minorías puedan tener voz  y voto y sobre todo donde los ciudadanos puedan participar activamente, contribuyendo al cambio de la imagen de un estado ineficaz, vertical y desigual.

Laura Baca Olamendi en su obra “Diálogo y Democracia”, señala que las investigaciones refieren que los países donde el diálogo forma parte cotidiana  de la cultura política, ha sido posible el establecimiento de democracias con una gran estabilidad. Hace referencia a las llamadas democracias consociativas que  se caracterizan por la existencia de sociedades plurales en torno a las cuales se estructura una amplia gama de organizaciones políticas y sociales y, por otra parte, por la existencia de élites democráticas dispuestas al diálogo (Bélgica, Austria, Luxemburgo, Holanda y Suiza).

Queda claro que  el diálogo se debe presentar como un estímulo  de los valores democráticos, pero también que el principal reto para lograr que el diálogo sea  una verdadera herramienta de la democracia,  es  superar prejuicios y aceptar que todos los actores (políticos, religiosos, étnicos, generacionales, entre otros)  tienen algo que decir y aportar; promoviendo la eliminación de los monólogos tan comunes en nuestra sociedad.





Bibliografía
Baca Olamendi Laura, Diálogo y democracia. Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática, 2008.
Hal Saunders, A Public Peace Process: Sustained Dialogue to Transform Racial and Ethnic Conflicts, Nueva York: Palgrave, 1999.
Arce Rodrigo, Las diversas manifestaciones del diálogo, 2014



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