Diálogo y Democracia
Durante mucho tiempo hemos limitado el significado de la
palabra diálogo a una mera conversación o incluso lo hemos vinculado con la
confrontación. Tal como señala Rodrigo Arce en su artículo: Las diversas
manifestaciones del diálogo, 2014: “…no es apropiado hablar de mejores formas
de diálogo sino simplemente destacar su diversidad”. Es esa diversidad la que
nos permite ubicar al diálogo como un proceso de interacción que requiere una
importante disposición a escuchar y aprender del otro.
“El
diálogo es un proceso de genuina interacción mediante el cual las personas
cambian gracias al aprendizaje adquirido por su profunda disposición a
escuchar. Cada una de ellas se esfuerza por incluir las inquietudes de los
otros en su propia perspectiva, aun cuando el desacuerdo persista…” (Hal Saunders,
1999).
Entonces, si definimos el diálogo como un proceso de
interacción que nos permite aprender gracias a la amplia disposición de escucha,
encontramos que la relación entre el diálogo y la democracia es permanente y de coexistencia,
ya que para lograr la democracia se requiere que las personas se expresen con
libertad y se escuchen con respeto. Así,
la importancia del diálogo en el fortalecimiento de la democracia radica en que promueve la participación de los actores
sociales, económicos, políticos, culturales e institucionales en el debate sobre temas de interés individual y colectivo,
así como en la generación de soluciones incluyentes, que parten de la búsqueda
de la paz social.
Asimismo, en un país como el nuestro, donde las divisiones étnicas, lingüísticas e ideológicas son muy
profundas, la importancia del diálogo para fortalecer la gobernanza sugiere la
necesidad de aperturar espacios de consulta sobre asuntos colectivos, donde las
minorías puedan tener voz y voto y sobre
todo donde los ciudadanos puedan participar activamente, contribuyendo al cambio
de la imagen de un estado ineficaz, vertical y desigual.
Laura Baca Olamendi en su obra “Diálogo y Democracia”, señala
que las investigaciones refieren que los países donde el diálogo forma parte
cotidiana de la cultura política, ha
sido posible el establecimiento de democracias con una gran estabilidad. Hace
referencia a las llamadas democracias consociativas que se caracterizan por la existencia de
sociedades plurales en torno a las cuales se estructura una amplia gama de
organizaciones políticas y sociales y, por otra parte, por la existencia de
élites democráticas dispuestas al diálogo (Bélgica, Austria, Luxemburgo,
Holanda y Suiza).
Queda claro que el
diálogo se debe presentar como un estímulo
de los valores democráticos, pero también que el principal reto para
lograr que el diálogo sea una verdadera
herramienta de la democracia, es superar prejuicios y aceptar que todos los
actores (políticos, religiosos, étnicos, generacionales, entre otros) tienen algo que decir y aportar; promoviendo
la eliminación de los monólogos tan comunes en nuestra sociedad.
Bibliografía
Baca Olamendi Laura, Diálogo y
democracia. Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática, 2008.
Hal Saunders, A Public Peace
Process: Sustained Dialogue to Transform Racial and Ethnic Conflicts, Nueva
York: Palgrave, 1999.
Arce Rodrigo, Las diversas
manifestaciones del diálogo, 2014
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