Siento frío y mucho miedo. Últimamente ya no distingo cuando duermo o estoy despierto. No logro mover el cuerpo, siento las piernas pesadas como si estuvieran atadas a grandes ladrillos. Tengo una sensación de presión en el pecho que no me deja respirar, las palabras parecen perderse entre mis dientes y no logro emitir ruido, ni el más mínimo siquiera. Dudo que mi madre allí afuera, sospeche que algo pasa en mi habitación, ella cree que duermo y no, no lo hago, estoy dentro de un cuerpo dormido, casi inerte y luchando por despertar. Estoy totalmente consciente de lo que pasa afuera. Escucho los ladridos de los perros a la distancia. Oigo los tacos de mamá sobre el piso de madera, una y otra vez. Veo de reojo al único objeto que me causa alivio dentro de la habitación, un pequeño despertador en forma de oso que está sobre la mesa de noche. Su color rojo brillante se refleja en el espejo, su sonrisa graciosa se torna heroica, sus ojos de un amarillo chillón me mantienen atento, el sonido del minutero se vuelve ensordecedor tic, tac, tic, tac, tic, tac. Ese diminuto oso es el único que me mantiene conectado con la realidad, solo el sonido de la alarma que no cesará, alertará a mi madre y por fin ella vendrá a verme y me sacará de esta terrible sensación de vivir en medio de una pesadilla sin final.
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