viernes, 12 de marzo de 2021

El despertador


Siento frío y mucho miedo. Últimamente ya no distingo cuando duermo o estoy despierto. No logro mover el cuerpo, siento las piernas pesadas como si estuvieran atadas a grandes ladrillos.  Tengo una sensación de presión en el pecho que no me deja respirar, las palabras parecen perderse entre mis dientes y no logro emitir ruido, ni el más mínimo siquiera. Dudo que mi madre allí afuera, sospeche que algo pasa en mi habitación, ella cree que duermo y no, no lo hago, estoy dentro de un cuerpo dormido, casi inerte y luchando por despertar. Estoy totalmente consciente de lo que pasa afuera. Escucho los ladridos de los perros a la distancia. Oigo los tacos de mamá sobre el piso de madera, una y otra vez.  Veo de reojo al único objeto que me causa alivio dentro de la habitación, un pequeño despertador en forma de oso que está sobre la mesa de noche. Su color rojo brillante se refleja en el espejo, su sonrisa graciosa se torna heroica, sus ojos de un amarillo chillón me mantienen atento, el sonido del minutero se vuelve ensordecedor tic, tac, tic, tac, tic, tac. Ese diminuto oso es el único que me mantiene conectado con la realidad, solo el sonido de la alarma que no cesará, alertará a mi madre y por fin ella vendrá a verme y me sacará de esta terrible sensación de vivir en medio de una pesadilla sin final.


El Economista Incómodo

 

 Una tarde mientras hurgaba en los viejos diarios de papá, vi un artículo sobre un tal Albert Hirschmann. Decían que era uno de los hombres más importantes en el mundo de la economía y que su educación la recibió en las universidades más prestigiosas de Europa y Estados Unidos. Su figura apacible, su vestir informal y su mirada perdida me impactaron de inmediato. Algo en su expresión me mantuvo concentrado y observándolo por varios minutos. Hacían referencia a sus extravagantes teorías sobre el impulso de proyectos de desarrollo en comunidades pobres de Latinoamérica y lo llamaban el “Economista Incómodo”.

Desde aquel día me obsesionó su vida, quería saberlo todo. Por semanas revisé cuanto artículo de economía figuraba en los diarios, me pasé noches armando historias imaginarias sobre él y finalmente una mañana, caminé durante dos horas para llegar a la biblioteca del pueblo más cercano y busqué libros o algún indicio que me permitieran entender lo que pasaba por su mente. Por alguna razón, sentía que escondía algo y yo necesitaba saberlo.

 En los obscuros estantes de la biblioteca, en la sección D, fila 3, encontré un libro llamado La Odisea de Hirschman. Mientras pasaba las hojas con cierta angustia, noté palabras que me dejaron aún más inquieto; “nazi”,” refugiado” “fuga”. Salí corriendo con el libro bajo el brazo, el calor del verano era insoportable y casi estaba bañado en sudor.  A lo lejos vi la silueta de un hombre. Cuanto más me acercaba, la imagen se desvanecía y pronto desapareció entre los árboles.  Fue quizá el espíritu de Hirschman deambulando por el campo o la insoportable sensación de asfixia que me tenía aturdido. Respiré profundo, me persigné y seguí corriendo. 

Ya en mi habitación, con la luz apagada y el azul resplandor de la linterna iluminando el libro, revisé hoja por hoja, tomé notas en los márgenes y conforme avanzaba, mi teoría tuvo sentido. Hirschman era diferente, fue un alemán antinazi que tuvo que pasar a la clandestinidad y fugar a Francia porque su vida corría peligro. Se unió como voluntario al ejército español y al francés. Luego, al ser descubierto por los alemanes, huyó con una identidad falsa y por mucho tiempo organizó el escape de centenares de refugiados hacia los Estados Unidos. Su espíritu rebelde nunca se dejó avasallar. Él decía que había abandonado la idea de perseguir una ‘carrera académica famosa” y que sus inquietudes eran otras. Estaba cautivado con la vida de este hombre. Cada nuevo episodio me aclaraba el porqué de su mirada. 

Conocer su vida terminó por convencerme que tienen razón quienes dicen que la forma de ver el mundo depende de quiénes somos en realidad. Tiene mucho sentido ¿Cuántos conceptos que son aparentemente universales como la libertad, la solidaridad, la justicia o incluso el éxito, pueden significar algo tan diferente para cada persona? para Hirschman por ejemplo, tener éxito en la vida significó no abandonar sus ideales y sentirse incómodo cada vez que corría el riesgo de perderlos.

Aquella noche entre sueños, vi la figura de un hombre acercarse a mi mesa noche, tomar el libro y desaparecer. Juro que esta vez sí lo vi, era su espíritu merodeando en mi habitación.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Esos nuestros silencios

“Muy pronto usted renuncia, ya no la busca, ni en la ciudad, ni en la noche, ni en el día.
Con todo, así pudo usted vivir este amor de la única forma posible para usted, perdiéndolo antes de que se diera”
Marguerite Duras 

“Ya no puedo escribir, tampoco puedo ser tu amigo, si seguimos con esto nos haremos daño”, me dices desde aquel lugar frío y lejano donde nos conocimos. Un mensaje extenso en el que insistes que no puedes continuar, que no quieres causar daño, que piensas que terminarás hiriéndome, que esta distancia física te agobia y que por ello nunca más volverás a escribir. Veo mi reflejo en el computador, desconcertada, sin aliento; leo una y otra vez ese mensaje, analizo cada párrafo, busco respuestas desmenuzando cada frase para aliviar en algo mi desconcierto. 

La primera vez que lo vi fue la noche más  fría que he vivido. El sonido tétrico de la lluvia cayendo sobre la acera, el ladrido lejano de los perros e indescifrables   sonidos  que provenían del viento.  Al entrar en aquel lugar lleno de extraños y sin  rostros amables que me dieran seguridad, lo vi, allí estaba, desconectado del mundo, serio y distante. Sentí miedo y no logré  sostener la mirada al saludarlo. 

El primero en acercarse fue un tipo pálido, de rostro alargado, con una enorme sonrisa y con los ojos que me observaban bajo sus lentes.

-¿Eres Lucía verdad ?, bienvenida, no temas aquí te vas a divertir; los primeros días siempre son así, dijo en tono sarcástico.

- Espero… aún me siento algo desubicada, le dije

Se me acercó con naturalidad y me susurró al oído: “yo siempre me siento desubicado aquí”, y sonrió. Él, siempre lejano, puedo jurar que no supe cómo sonaba su voz durante mucho tiempo. 

Una tarde justo antes de salir, se acercó casi imperceptible y dijo en voz baja.

-¿Te quedas  ? ya vamos todos a salir. Antes de terminar la pregunta, tocó mi rostro con suavidad. Una incontenible sensación de calor y me invadió toda. Cuando volví a la realidad, el se alejaba de prisa con una gran sonrisa, creo que consciente de lo que ocasionó en mí.  Más tarde, mientras caminaba hacia mi habitación, tuve una terrible sensación de culpa, por mirarlo, por ese calor cuando me tocó.  Luego sentí miedo y aún así, una sonrisa incontrolable se dibujó en mi rostro al recordarlo. 

Lo que pasó desde aquel día en adelante fue una sucesión de acercamientos confusos. Las miradas, los mensajes y las llamadas me emocionaban de tal manera, que luego del trance, solo me dejaban una sensación de culpabilidad extrema. A esa altura ya estaba convencida  que su presencia me perturbaba. 

Una mañana mientras recorríamos el pueblo, con un silencio incómodo que solo se detuvo cuando encendió la radio; detuvo el carro en forma intempestiva, giró su rostro y entonces en milésimas de segundos vi su mano sobre la mía. Otra vez esta sensación de calor recorrió mi cuerpo. Durante el resto del camino todo continuó tal cual, la radio sonando, en con la mirada fija en la carretera, yo mirando por la ventana y su mano sobre la mía; sin decir una sola palabra.  A partir de aquel día nuestras necesidades de cercanía se incrementaron, ambos buscábamos la oportunidad de estar juntos aunque no cruzáramos una sola palabra. Frente a todos, éramos dos extraños que no se soportaban y cuyos egos se sentían invadidos. Creo que teníamos la necesidad de discutir  para disimular esa intensidad que nos unía, para afirmar aquello que no éramos -que deseábamos ser- y que sabíamos que nunca podríamos ser. Poco a poco esa intensidad se fue volviendo una necesidad física que reprimimos durante mucho tiempo, siempre con el mismo ritual, sin mencionar nada sobre ello; el silencio nos liberaba de culpas y remordimientos.

 Planeamos salir de ese lugar, no hubieron muchas palabras de por medio cuando lo acordamos, solo ocurrió.

-Quiero verte

- Aquí no se puede

- Entonces salgamos de aquí.

- OK

Yo debería esperarlo en una ciudad cercana y el llegaría al día siguiente y entonces podríamos por fin estar juntos. 

Mientras esperaba por él en esa ciudad tan extraña, nuevamente me abordó la culpa y sentí un miedo paralizante. Estaba segura que terminaría mal, por un instante estuve a punto de tomar mis cosas y escapar. ¿Qué podría pasar ? más tarde le enviaría un mensaje diciendo que tuve un problema y el no preguntaría más.

Di vueltas en la habitación con ansiedad. Así debe sentirse alguien antes de cometer un crimen, pensé. Los arrepentimientos invadieron mi cabeza, dudé, lo analicé una y otra vez. Al final, el razonamiento falló y la adrenalina por lo prohibido me ganó la pasada y entonces no pensé más… ya no había nada que cambiar. 

La mañana siguiente mientras me cambiaba revisé el celular en varias ocasiones, por un momento lo imaginé dudando y arrepentido. Barajé esa posibilidad en los diez minutos que duró la espera. Entonces la llamada me hizo salir de prisa de la habitación. 

Caminé a su lado por varias cuadras sin decir una sola palabra, cuando por fin pude hacerlo, dije  un par de cosas sin sentido y finalmente decidimos ir a almorzar. Llegamos a un restaurante con una gran terraza desde donde podíamos observar la imponente ciudad; observarla así me dio cierta tranquilidad. Procuré que esa sensación invadiera mis pensamientos ¿quizá esa historia solo estaba en mi cabeza ?¿de pronto había entendido mal el mensaje? quizá solo necesitaba alguien con quien hablar?

 -Tus ojos son más bellos al sol, me dijo

Y entonces toda mi teoría se desbarató… 

Mientras almorzábamos lo observé con curiosidad. Era diferente a todos, había una mezcla de madurez y picardía en su mirada y el era consciente de ello, sabía el efecto que causaba en mí. En muchas ocasiones mis sonrisas fingidas le causaban gracia, el no necesitaba disimular, yo en cambio me esforzaba en que  no notara mi nerviosismo. 

Hablamos de muchas cosas esa cálida tarde; el trabajo, los amigos, nuestras familias, los temores. Mientras yo hablaba de ello en forma apresurada y nerviosa, observé en su miraba algo que no había notado antes,  tenía una apariencia triste que lo hacía verse vulnerable, cuando me contó sus pérdidas comprendí porqué su mirada a veces parecía nublarse, aun así no perdía esa actitud de suficiencia que me atolondraba. Esa tarde confirmé que conversar con él era una actividad intensa y estimulante y eso me encantaba. Salimos de aquel lugar y caminamos un poco observando la majestuosidad de la ciudad y conversando de ello. Él recibió una llamada que lo puso nervioso, el tono de su voz cambió y su miraba se concentró en el celular; no mencioné nada y apuré el paso, como dándole espacio para responder. 

El camino de regreso fue silencioso y entonces entendí sus deseos de salir desesperadamente de ese lugar, llegar al hotel y hablar con ella.

-Es hora de irnos, hace frío y mañana debo viajar, le dije 

Me miró como sospechando y se quedó en silencio, paró un taxi y partimos. Durante el trayecto recostó su cabeza sobre mi hombro, pensé en alejarlo, pero no hice nada, a esas alturas no tenía sentido mencionar una sola palabra.

Al irse no volteó la vista atrás. Me sentí tonta, expuesta; sentí rabia. 

Aquella noche desee que las horas pasaran lo más rápido posible y estar en casa, olvidar lo ocurrido y fingir que nada ocurrió. Centré mi atención a la programación del televisor pero no pude concentrarme, cambié de canal una y otra vez evitando pensar en él. 

-Si me quedaba más tiempo contigo no te habría dejado ir, decía un mensaje de texto.

Lo borré de inmediato y me envolví entre las sábanas, cerré los ojos y forcé el sueño lo más que pude, creo que no desperté hasta cuando llegué a casa al día siguiente. Pasé varios días evitando pensar en aquello, afortunadamente la distancia me permitía hacerlo, distraje mi mente en lo que pude.

Días antes de volver, una noche tendida en mi cama e intentando conciliar el sueño, observé el techo y detecté unas grietas casi imperceptibles que parecían avanzar y estar muy cerca de las paredes; tuve miedo, un miedo inexplicable y unas intensas ganas de llorar. Con esas grietas ahí, la casa se veía muy frágil, me invadió la idea de que avanzarían y destruirían todo sin que pudiéramos hacer algo para evitarlo.

 

Mi regreso tuvo un aire distinto, esta vez estaba decidida a dejarlo todo, lo comenté con algunos amigos, todos parecían estar intrigados.

Las llamadas y mensajes cesaron, procuré mantenerme lo más lejos posible y evité los encuentros, hasta el día en que supongo, se entero de que partía.

 

Escuché su voz fuerte pero lejana. La palabra “renuncia” dicha por él, sonaba diferente. Sin sacar la vista de su ordenador, cogió un papel que tenía sobre su escritorio y dijo

-¿Puedes explicarme que es ésta idiotez ? ¿Qué se supone que quieres hacer ? nosotros…

Sentí rencor cuando usó la palabra “nosotros”, sin reparar en la extraña situación que vivíamos.

Con la mirada fija en el papel que tenía en la mano le dije que había decidido irme y que ya había cumplido mi tiempo en aquel lugar.

Se sacó los lentes, se frotó los ojos y preguntó cuándo fue que tome la decisión, como dudando de mis argumentos.

No dije nada, esta vez lo miré de frente y sin temor.

Volvió a tomar el papel, cogió el lapicero y entonces firmó.

Presumo que entendió que estar lejos era lo mejor y como decía la canción que sonaba en la radio aquella en tocó mis manos... “no fue bueno, pero fue lo mejor”.

 

No pude evitar mirar atrás mientras caminaba hacia el bus, su mirada se cruzó con la mía. Juro que quise volver, abrazarlo y decirle que no me atrevía, que me quedaría, que solo debía pedírmelo…

¡Bah !, otra vez estaba imaginando cosas… bajé la mirada, di la vuelta y continúe con mi camino.

 No lo vi por muchos días. El día mi partida, creo haber visto una silueta en  ventana de su habitación, probablemente era él o quizá era solo inmenso de que fuera el.

 Un sábado por la mañana abordé el bus que me sacaría de ese lejano lugar. Observé rostros familiares despidiéndome por las ventanas, fijé la mirada en aquellos cerros tétricos que adornaban el paisaje, una gran nostalgia invadió mi cuerpo, sentí ganas de llorar, probablemente lo hice mientras el bus partía .

Varios mensajes  en el celular me deseaban suerte y oculto entre ello, un mensaje suyo…

-No te vayas

Mientras el carro se alejaba voltee a ver lo que dejaba… y ahí estaba él, lejano, inalcanzable, igual que la primera vez que lo vi. Ya no había vuelta atrás.

 El viaje de regreso a casa fue rápido, solo viene a mi mente el insoportable olor a café en el avión y la aeromoza indicando las rutas de escape. Luego, un inmenso vacío de recuerdos y de emociones que terminaron con el abrazo cálido de mi madre al cruzar la puerta de la casa.

Todo estaba igual, nada parecía haber cambiado desde la última vez; los muebles en el lugar de siempre, los libros cubiertos de polvo, cada cosa en su lugar. “Así debe ser siempre, cada cosa tiene un lugar”, dije. 

Mi primer día en el nuevo empleo fue brutal, aún recuerdo tener que despertar a las 4.00 am para poder llegar a tiempo. Me veo ahí parada esperando el bus, con el frío que cala los huesos y con gente desconocida abriéndose camino entre la multitud. Afortunadamente habían rostros conocidos, juro que si no hubieran estado habría abandonado ese lugar de la misma forma que hacia cuando tenía miedo o me sentía insegura, huyendo.

 Una tarde mientras volvía a casa, cansada, desanimada, con una frustración que combinaba perfectamente con la caótica ciudad, un mensaje llegó. El número me pareció conocido, había visto este número en muchas ocasiones y en tantas otras ocasiones lo había borrado.

Su aparición fue inesperada, con ese aire de frescura que lo caracterizaba y así regresó a mi vida otra vez, sin decir mucho, sin prometer nada.

 -¿Estás contenta ?, me preguntaba en tono incrédulo

 De vez en cuando como quien quiere dejar en claro la nueva situación, me llamaba “amiga”.

-Suerte amiga, hablamos amiga, cuídate amiga.

Su conversación estaba infestada de un “amiga” innecesario. Dejé en claro que no era necesario, yo sabía que éramos y no había nada que aclarar.

 Pronto la frecuencia de mensajes aumentó y volvieron las llamadas nocturnas. Este ritual solo se detenía los días en que solía desaparecer. Teníamos un lenguaje cómplice, yo sabía que no podía escribir o llamar, sabía que esos días lo perdía y solo debería esperar.

Conversábamos sobre música y libros, nos reíamos con complicidad sobre aquello que pensábamos que nadie más sabía; hacíamos bromas y luego pedíamos disculpas. Sin darnos cuenta, las conversaciones podían transcurrir horas y solo se detenían cuando el cortaba bruscamente la llamada (para hacer otra llamada supongo) y luego volvían durante toda la madrugada.

 Una noche de aquellas, dijo que me extrañaba, luego corrigió la frase y repitió más fuerte: “te extrañamos todos por aquí”. Sin pensarlo mucho y luego de tomar aire… le confesé que lo extrañaba. Al otro lado del teléfono oí su reparación agitada

-necesito verte por favor - yo también quiero verte, dije.

Envió una foto tomada en ese instante. Estaba igual que siempre, su sonrisa pícara, sus ojos negros y cansados, su mirada triste.

Nos enviamos muchas fotos ese día, fotos a solas, fotos con amigos, fotos en el trabajo y entonces llegó esa que no saldría de mi cabeza por mucho tiempo.

Estaba de espalda, podía ver su torso desnudo y  un tatuaje amplio y gris. Un crucifico entrelazado a una rosa con espinas ¿qué querría decir con ese tatuaje ? ¿eran galones de guerra ? ¿eran cicatrices por las pérdidas ?.

 Durante los siguientes días no pude sacar esa imagen de mi mente, me descubría en ciertas ocasiones mirando al vacío y recordando ese tatuaje; imaginaba poder observarlo de cerca, calculaba en silencio el tamaño que tenía e imaginaba su textura. Una noche, durante sus desapariciones mensuales, tuve un sueño perturbador. Soñé que despertaba y él estaba al lado mío, estábamos en un lugar extraño y en una ciudad diferente,  habían árboles afuera y el viento entraba en la habitación. Me abrazaba por la espalda, besaba mis hombros, me acercaba a él, jugaba con mi cabello, me besaba intensamente y sonreía.

Luego tendida en la cama me desnudaba y me hacía el amor, sentí en ese sueño como sus manos recorrieron mi cuerpo, investigando cada espacio con nerviosismo, abrí los ojos y pude ver su cuerpo reflejado en un espejo, vi entonces el tatuaje, tal cual la fotografía, podía verlo moverse al compás de su cuerpo sobre el mío, recorrí  cada trazo , cada línea, cada curva y desee quedarme así para siempre.

Ese sueño me dejó muy nerviosa e impaciente, tenía la sensación de que no lo vería nunca más, conté los días para volver a escribirle y cuando por fin supe de él, sentí un alivio increíble que me dejó respirar profundamente. Esa noche hicimos el amor por teléfono, fue intenso, fue pleno, sentí su presencia en cada espacio de mi ser y pude ver el tatuaje una y otra vez. 

Desapareció antes de lo previsto, desde aquella noche no supe de él. La culpa me invadió nuevamente, sabía que también el sentía culpa y que su proceso sería más complicado que el mío. Entonces dejé de sentir rabia por su distancia y sentí pena por él. Ese fue un adiós sin palabras, fue un adiós que tarde o temprano debía ocurrir.

Tiempo después, cuando el invierno se sentía con más fuerza, encontré un mensaje suyo… solo confirmaba el final… quise llamarlo pero no me atreví. Respiré y por primera vez después de conocerlo, sentí  una sensación de alivio que recorría todo mi cuerpo. Tomé mis cosas y salí

 

jueves, 2 de junio de 2016

(Demasiado tiempo de abrazar a los que partieron, me ha cansado.
Demasiado tiempo de zarpazo mortal a los que amo, me ha cansado.
Demasiado tiempo, demasiado, me ha cansado.
Y desde mis ojos cansados, y desde mi pelo cansado, y desde mi llanto cansado,
Penetro en tus ojos, y tus ojos se agrandan y nuestra
mirada de ayer es presente y futuro y mi canto
vuelve a cantar en el tuyo.)
Sol y Lluvia

Esta mañana la vía expresa apareció adornada por carteles naranjas que pedían votar sin miedo, sin odios, con esperanza… esbocé una irónica sonrisa sin entender ¿cómo rayos podemos olvidar nuestro pasado y cometer los mismos errores?, ¿desde cuándo  ser asesino o ser víctima da lo mismo?.
Recordé entonces la alegoría de la caverna, aquella en la que un grupo de hombres encadenados y prisioneros desde su nacimiento solo pueden ver el fondo de la caverna, sin poder girar la cabeza hacia la salida, lo único que observan son las sombras provocadas por el paso de los hombres libres cerca de una hoguera. Estos prisioneros acostumbrados a lo que ven, asumen aquella oscuridad como cierta, incluso si alguno de ellos pudiera ser libre esta nueva realidad le resultaría extraña y la observaría con miedo.
Parece que no estamos tan lejos de ser como aquellos hombres; tanto tiempo en la obscuridad de gobiernos corruptos que terminamos aceptándola como nuestra única realidad y peor aún, resignándonos a ella. Debe ser esa irreal resignación la que explica que a pesar de todo el daño causado por el fujimorismo, hoy es la mayor representación política de nuestro país y se acerca peligrosamente al gobierno.
 Es el fujimorismo el cerebro de esta descabellada irrealidad, es ese fujimorismo conchudo que se niega a desaparecer y perder el poder, es ese fujimorismo sinvergüenza que se asocia con narcotraficantes y con la minería ilegal a cambio de votos, es el fujimorismo que se burla de nuestra gente y pretende comprar a los más pobres con un plato de comida, es el fujimorismo convenenciero que a cambio de unos cuantos votos se compromete apoyar las agendas que un inicio rechazó.
Estamos a un paso de agradecerle al fujimorismo por las matanzas en La Cantuta y Barrios Altos, por los cientos de desaparecidos y las esterilizaciones forzadas, por dejar un país en la ruina económica, con nuestras riquezas naturales entregadas cual mercancía, con la corrupción enquistada en sus instituciones públicas y con medios de comunicación chantajeados y comprados. Estamos a punto de agradecer el haber dejado un país incrédulo, desconfiado, temeroso y sobre todo conformista. Conformista cuando piensa que todo está perdido y que será igual elija a quien elija, un país que se conforma con la idea de ser gobernado por la hija de un dictador, aliviando un poco su temor con ideas como:
 “…ella no será igual a su padre”: ¡Claro que no lo será!, Keiko es solo un títere (daría lo mismo si fuera Kenji, Ramirez o la Chacón). El único interés fujimorista es retomar el poder y sacar al dictador “por la puerta grande”.
“…es mujer y nos representa”: Me niego a creer que Keiko Fujimori represente a las mujeres peruanas, ella no representa la lucha de la mujer indígena, no representa a las estudiantes universitarias, a las amas de casa o a las mujeres profesionales. ¿Cómo vernos reflejada en una mujer que vive su vida llena de lujos conseguidos a costa de la pobreza de un pueblo?, ¿cómo sentirme reflejada en una mujer que vive de la política como si se tratara de un patrimonio heredable?, ¿cómo identificarme con alguien que califica como “errores” los crímenes cometidos por el gobierno fujimorista?.
Darle el gobierno a un partido cuyos miembros están investigados por corrupción y lavado de activos no es una opción, menos entregar el gobierno en bandeja de oro a una candidata que no puede explicar su participación en un sinnúmero de delitos mientras fue primera dama.  Ya una vez el “chinito con cara de buena gente” nos estafó y negarle el voto a su heredera es el precio que el fujimorismo debe pagar por haber solapado al dictador. Nuestro país no se merece que juguemos al ensayo y error.
No se trata de odios desmedidos, ¡se trata de justicia!, se trata de recordar nuestro pasado para evitar cometer los mismos errores, se trata de no ser más ciudadanos manipulables y sin confianza en el futuro. Se trata de votar sin miedo, se trata sobre todo de asumir la responsabilidad que implica nuestra elección y aquella que viene después del 05 de junio.
Es posible que la opción que queda no sea la mejor, pero confío que en una sociedad democrática los ciudadanos podemos ejercer vigilancia sobre nuestras autoridades, sin represión, sin grupos Colina, sin Montesinos, sin toda esa lacra que el fujimorismo le dejó a nuestro país.








martes, 26 de abril de 2016

La Dama de la Laguna Azul

Hace unos días Máxima Acuña, la “Dama de la Laguna Azul”,  mujer peruana procedente la región Cajamarca, ganó el  Premio Goldman, considerado el Nobel del Medioambiente por sus esfuerzos sostenidos y significativos para mejorar y proteger el medioambiente, poniendo incluso en peligro su propia vida.
Maxima Acuña,  de 44 años,  campesina, sin educación escolar  y  que vive con su familia junto a la Laguna Azul, se enfrentó a  la empresa minera Yanacocha por la propiedad de las tierras ubicadas frente a una de las principales reservas de agua de la zona y que es reclamada por la empresa minera como parte de su propiedad.
Esta mujer campesina se levantó para defender su derecho a vivir en paz en su propia tierra, proteger la fuente de vida de su pueblo y el bienestar de sus hijos, por ello fue amenazada, maltratada y denigrada por una empresa que la llama  “campesina ignorante y manipulable” y por un gobierno que la culpa  de traer abajo el principal proyecto minero del país.
Las razones que llevaron a estas mujeres a asumir el liderazgo - en algunas ocasiones  invisible-  es que son particularmente las más golpeadas por las consecuencias negativas de los proyectos extractivistas, tanto en su entorno medio ambiental como familiar:  la presencia de la actividad minera y el alza del costo de vida llevó a las mujeres a sumarse a duras jornadas laborales, la pérdida progresiva de sus actividades habituales agropecuarias, la pérdida de sus formas de vida tradicional y un aumento preocupante de violencia intrafamiliar.


Al igual que Máxima, muchas mujeres indígenas en la región Cajamarca han jugado un rol clave en fortalecer el movimiento de protesta contra los proyectos mineros.  Por ejemplo,  la presencia de las mujeres en las rondas campesinas permite vigilar y mantener clara la línea de la lucha encabezada generalmente por dirigentes varones.
A pesar de ello, su  participación ha quedado relegada  por el gobierno y aquellos cambios generados a partir de las luchas sociales no han considerado aspectos relevantes para protegerlas. El caso de la Dama de la Laguna Azul, muestra la necesidad de visibilizar a las mujeres y sus necesidades, pero sobre todo fortalecer sus capacidades para combatir el aislamiento y  la violencia ejercida contra ellas.

domingo, 21 de febrero de 2016

Diálogo y Democracia

Durante mucho tiempo hemos limitado el significado de la palabra diálogo a una mera conversación o incluso lo hemos vinculado con la confrontación. Tal como señala Rodrigo Arce en su artículo: Las diversas manifestaciones del diálogo, 2014: “…no es apropiado hablar de mejores formas de diálogo sino simplemente destacar su diversidad”. Es esa diversidad la que nos permite ubicar al diálogo como un proceso de interacción que requiere una importante disposición a escuchar y aprender del otro.

El diálogo es un proceso de genuina interacción mediante el cual las personas cambian gracias al aprendizaje adquirido por su profunda disposición a escuchar. Cada una de ellas se esfuerza por incluir las inquietudes de los otros en su propia perspectiva, aun cuando el desacuerdo persista…” (Hal Saunders, 1999).


Entonces, si definimos el diálogo como un proceso de interacción que nos permite aprender gracias a la amplia disposición de escucha, encontramos que la relación entre el diálogo y  la democracia es permanente y de coexistencia, ya que para lograr la democracia se requiere que las personas se expresen con libertad y se escuchen con respeto.  Así, la importancia del diálogo en el fortalecimiento de la democracia radica en  que promueve la participación de los actores sociales, económicos, políticos, culturales e institucionales en el  debate sobre temas de interés individual y colectivo, así como en la generación de soluciones incluyentes, que parten de la búsqueda de la paz social.

Asimismo, en un país como el nuestro, donde las divisiones  étnicas, lingüísticas e ideológicas son muy profundas, la importancia del diálogo para fortalecer la gobernanza sugiere la necesidad de aperturar espacios de consulta sobre asuntos colectivos, donde las minorías puedan tener voz  y voto y sobre todo donde los ciudadanos puedan participar activamente, contribuyendo al cambio de la imagen de un estado ineficaz, vertical y desigual.

Laura Baca Olamendi en su obra “Diálogo y Democracia”, señala que las investigaciones refieren que los países donde el diálogo forma parte cotidiana  de la cultura política, ha sido posible el establecimiento de democracias con una gran estabilidad. Hace referencia a las llamadas democracias consociativas que  se caracterizan por la existencia de sociedades plurales en torno a las cuales se estructura una amplia gama de organizaciones políticas y sociales y, por otra parte, por la existencia de élites democráticas dispuestas al diálogo (Bélgica, Austria, Luxemburgo, Holanda y Suiza).

Queda claro que  el diálogo se debe presentar como un estímulo  de los valores democráticos, pero también que el principal reto para lograr que el diálogo sea  una verdadera herramienta de la democracia,  es  superar prejuicios y aceptar que todos los actores (políticos, religiosos, étnicos, generacionales, entre otros)  tienen algo que decir y aportar; promoviendo la eliminación de los monólogos tan comunes en nuestra sociedad.





Bibliografía
Baca Olamendi Laura, Diálogo y democracia. Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática, 2008.
Hal Saunders, A Public Peace Process: Sustained Dialogue to Transform Racial and Ethnic Conflicts, Nueva York: Palgrave, 1999.
Arce Rodrigo, Las diversas manifestaciones del diálogo, 2014



miércoles, 27 de mayo de 2015

Escribo muy poco últimamente.  

Es este estado de letanía el que me tiene aquí y cada intento por salir me da miedo, debo haberme acostumbrado a esta tensa calma, a esta aburrida y agobiante vida sin vida. 
Tantos rostros, tantas sonrisas, tantas miradas y ninguna llena este espacio de insatisfacción que se apodera de  mi cabeza, de mi corazón y de mi estómago... esa sensación de mariposas revoloteando que no la provoca el amor o el desamor, sino un constante deseo de desaparecer - o desaparecer a todos a mi alrededor-.


¿Y si esto terminara pronto?

 La gramática de este lugar  parece mareada y loca.  En esta eterna  víspera de sol y despedida, las palabras familia y echar de menos adquieren nuevos significados. Si alguien pregunta, hemos ganado. porque esto solo es posible sentirlo aquí, ahora, en esta absurda situación de tristeza alegre. Andamos buscando desesperados un lugar en el que congelar nuestros buenos recuerdos e imaginamos ruedas nuevas  para seguir quemando carreteras en busca de eso que ni siquiera se que es, pero que ansío con desesperación. 

Y si  dejaras de mentir?. 
Si confesarás que va mal. Que todo va mal. 
Ellos no entenderán porque nunca supieron ver. Siempre habrán cosas fuera de su alcance. Fuera de sí. Fuera de todo y quizá, demasiado profundo para que lo vean. 
Un laberinto demasiado enredado para encontrar la salida. Y aún así, ellos sonreirán atrapados.
Y a tí, a tí otra vez solo te tocará llorar.