Cuando emprendas el viaje hacia Itaca ruega que sea largo el camino, lleno de aventuras, lleno de experiencias. A los Lestrigones, a los Cíclopes o al fiero Poseidón, nunca temas. No encontrarás trabas en el camino si se mantiene elevado tu pensamiento y es exquisita la emoción que toca el espíritu y el cuerpo. Ni a los Lestrigones, ni a los Cíclopes, ni al feroz Poseidón has de encontrar, si no los llevas dentro del corazón, si no los pone ante ti tu corazón.
Ruega que sea largo el camino. Que muchas sean las mañanas de verano en que - ¡con qué placer! ¡con qué alegría! - entres en puertos nunca antes vistos. Detente en los mercados fenicios para comprar finas mercancías madreperla y coral, ámbar y ébano, y voluptuosos perfumes de todo tipo, tantos perfumes voluptuosos como puedas. Ve a muchas ciudades egipcias para que aprendas y aprendas de los sabios.
Siempre en la mente has de tener a Itaca. Llegar allá es tu destino. Pero no apresures el viaje. Es mejor que dure muchos años y que ya viejo llegues a la isla, rico de todo lo que hayas guardado en el camino sin esperar que Itaca te de riquezas. Itaca te ha dado el bello viaje. Sin ella no habrías aprendido el camino. No tiene otra cosa que darte ya.
Y si la encuentras pobre, Itaca no te ha engañado sabio como te has vuelto con tantas experiencias, habrás comprendido lo que significan las Itacas.
Algún amigo dijo una vez: “Nena eres un imán de ex”, hasta ahora no me había detenido a pensar en ello, y creo que es algo más común de lo que pensaba: cuando ya estaban refundidos en baúl de los recuerdos (malos y muy malos), enterrados en el pasado, a kilómetros luz lejos de nuestras vidas. ¡Zaz¡ ahí están , con mails, con llamadas por la madrugada o con un espía cerca (amigo en común que siempre sabe donde puedes encontrarlo). Debe ser algo en la naturaleza de los hombres que de un día al otro deciden que dejaron “pendientes” en la relación y deben volver a terminarlos.
Ahora, es cuando eso pasa que para una las cosas se ponen peores. Tu confusión sentimental se eleva en un millón, tus complicaciones existenciales suceden con mayor frecuencia, tus tardes de llanto sin explicación se multiplican. Pero ahí estás, esperando el día en que volverás a verlo, aunque claro insistes en que ese tipo ¡ya fue!.
Días antes del gran suceso decides que es el momento oportuno de venganza y empiezas a planear maquiavélicamente cada paso, cada movimiento. La gran estocada debe ser mortal¡, te hirió y ahora debe pagar¡.
Te pasas horas en la peluquería, te pruebas una y otra vez esos vestiditos reservados solo para ocasiones especiales, te has puesto el tacón de aguja que casi nunca usas y has desbaratado tu habitación como la primera cita con él.
Sales de casa sonriendo de oreja a oreja, tu madre cree que hoy es el cumpleaños de una buena amiga del colegio, te arregla, te da los último toques y te desea suerte, ¡sí que la vas a necesitar¡. En tu cabeza suena el sound track de la pelea final, por tu mente pasan una tras otra las imágenes del pasado, todo el dolor y la tristeza la vuelves a sentir en ese instante. Tienes miedo, tienes mucho miedo, pero ya no hay vuelta atrás y solo toca seguir.
Llegas al lugar como una diva. Te ubicas en el lugar más iluminado, bebes un sorbo de tu copa y repites lo que le dijiste a tus amigas: “¡ese pata ya fue!”. Entonces lo vez, tu visión empieza a fallar, la respiración se dificulta, tus manos tiemblan, empiezas a sentir calor, mucho calor, bebes otro sorbo de tu copa, y otro, y otro. Por unos instantes te haces a la loca, no lo viste cuando llegó. Aprovechas esos instantes en coquetear con algún tipo para que te saque a bailar o jalas a alguien del ruedo, le prohíbes preguntar: ¡tú baila nomás¡.
En el fondo sabes que terminará acercándose pero ya no puedes más, finges una visita al baño, ¡oh sorpresa¡, él está muy cerca de ahí. Se acerca sonriente y nerviosa le sueltas la única frase que practicaste en el taxi: ¿cómo estás?; el sonríe, todo pasa muy rápido, no has oido nada de lo que ha dicho.
Has bailado toda la noche, más de lo que jamás en tu vida imaginaste, sabes que ha estado mirando y no has hecho nada por alejar a los tipos que te preguntan tu nombre al oído. Te imaginas lo mal que la debe estar pasando; sonríes, disfrutas, continuas.
Se acerca, sabes que te dirá -¿sabes que le dirás?- . Te mira, te sonríe, te abraza y dice que no te ha olvidado; te desmoronas -lo sientes- pero finges muy bien, le repites que ya fue, que se acabó. No te cree, se nota en su mirada.
Te vuelve abrazar, te mira, te besa, estás rendida otra vez. Casi sin darte cuenta, has cogido tu bolso, te has puesto el abrigo, has salido del lugar y ahora caminas tomada de su mano hacia algún sitio. ¿Por qué la alerta de los malos recuerdos no funciona en esos momentos?.
¿Y la venganza?, quien sabe donde quedó todo eso, quizás en aquel lugar, en aquellas personas que me hablaban al oído, en esas horas mirando de reojo, en esa noche que nunca debió terminar… hoy más que nunca entiendo que nunca debió empezar.
Escena de la película chilena Que pena tu vida / ¡Así que, borrémonos de todo!
El celular timbra suena una y otra vez, el sonido es creciente y se vuelve casi estrepitoso. Sin abrir los ojos, me deslizo entre las sábanas de arriba abajo, de derecha a izquierda, buscando el bendito aparato que no deja de sonar. Cuando por fin lo tengo en mis manos no timbra más, abro un ojo y trato de ver que quien se trata, no lo logro y no hago el esfuerzo de intentarlo otra vez.
Me quedo tendida en la mitad de la cama, jalo las colchas que cayeron y me envuelvo en ellas, acomodo la almohada y me concentro para volver a soñar.
Vuelve a sonar la misma canción en (ocasiones normales me hace bailar, pero hoy la odio). ¡Bien!, esta vez tengo el celular en la mano.
-¿Quién es?
-Hola linda. ¿Cómo has estado? ¿Qué haces?
La voz me parece familiar, abro un ojo y veo un número conocido (que he borrado tantas veces de la agenda y otras tantas lo he vuelto a grabar). Es él, es otra vez él, como siempre, de la misma forma, a la misma hora.
-La gente decente duerme a esta hora – le digo con sarcasmo.
-Debe ser que me gusta ser indecente – responde en tono más sarcástico aún
-Oye, ¿no quieres verme algún día?
-Si claro. El fin de semana puede ser - respondo
- Y… ¿no quieres verme hoy?
-Son casi las 3, no es buena idea
Antes de terminar la frase, volteo hacia el otro lado de la cama, como preparándome para bajar. Sabía que insistiría, era casi un juego secreto. El insistía una vez, yo me negaba otra, volvía a insistir, yo me volvía a negar, y a la tercera, siempre a la tercera, finalmente decía que si.
-Ok linda, otro día entonces. Y cuéntame ¿cómo te ha ido?, ¿estás bien?
Confieso que no esperaba esa respuesta, el hombre más insistente de la ciudad había aceptado de manera muy normal que la chica le dijera que no. No le di más vueltas al asunto y retomé la conversación.
Hablamos de muchas cosas esa madrugada, dijo que quería verme, que me extrañaba, dijo que sería al día siguiente y que llamaría. Planeamos el día juntos.
Debo aclarar que no creí en nada de lo que decía, normalmente le recordaba que no era necesario mentir o maquillar la salida para hacer menos evidente el final. Pero debo aceptar que a esa altura del partido ya no me resistía a jugar con él, hasta me parecía interesante entrar al juego y planear el siguiente día juntos.
La llamada terminó luego varios minutos. Me quedé mirando al techo y las estrellitas fluorescentes que pegué hace algunos años, las contemplé una y otra vez. Conté ovejas, tantas como pude, para poder volver a dormir. Nada resultó esta vez.
Había regresado esa extraña sensación de los fines de semana durante los últimos cuatro meses, era una mezcla de necesidad de verlo y necesidad de olvidarlo.
El teléfono volvió a sonar, contesté por inercia, creo que fue mecánico. Era otra vez el, decía que no podía dormir, que por alguna razón pensaba mucho en mí, que me extrañaba y quería verme pronto. Dijo además que quería estar a mi lado, que quería una relación conmigo, que me deseaba más aún.
Escuché como de constumbre, ironicé cada frase, le pedí que no mintiera más, recalqué una y otra vez que no era necesario decir todo eso, que así como estábamos era mejor y que así debía seguir.
Fueron tantas cosas las que dijo, que sin darme cuenta, de pronto ya no parecía tan falso y hasta me sonaba a verdad.
Ese día le abrí mi corazón, lo abrí completamente, terminé diciéndole que también yo lo quería, que lo extrañaba de igual forma, que quería verlo, que lo necesitaba, le confesé mis miedos y le pedí una vez más que no mintiera.
-Piénsalo, no descartes la posibilidad ¡promételo!... Y yo lo prometí.
Al día siguiente, desapareció como siempre y yo no haría nada para saber que pasaba.
Durante los siguientes días, pensé mucho en lo que había pasado y concentré mi análisis en las relaciones y el amor. ¿Cómo era posible que un hombre y una mujer se entiendan por tanto tiempo y de modo tan natural e intenso, pero fuera imposible una relación de otro tipo?, ¿por qué la comunicación no fluía de la misma manera en otros aspectos de nuestras vidas? ¿por qué sentía que era el hombre más mentiroso del mundo y sin embargo nuestros cuerpos eran totalmente sinceros cuando estaban juntos? ¿por qué hablaba de amor si nuestra relación no exigía eso? ¿por qué siempre se iba y volvía un tiempo después para complicar todo otra vez?.
La respuesta parecía simple para todos, menos para mí. Quienes sabían de mis complicaciones sentimentales decían que quizás debería ser menos fatalista y desconfiada. ¡Te saboteas solita! solían decir. Yo pensaba en cambio, que había diferencias irreconciliables que jamás permitirían pensar en oportunidades. Mi silencio no se entendía con su necesidad de hablar (aunque fueran puras mentiras). Mi necesidad de amor no iba con su necesidad de pasión. Mis confusiones evidentes no iban con su seguridad fingida.
Debo admitir que nunca antes había estado en una situación como esa, nunca de modo tan explícito. En algunas ocasiones llegue hasta aceptar que era posible disfrutar del sexo sin necesidad de sentir culpa porque el tipo con el que amaneces no es tu novio, o por no existe la mínima posibilidad de en algún futuro lo sea. Solo son dos cuerpos que se gustan y se entienden, que no esperan nada más de aquello, que nada más esperan que aquello dure lo que tenga que durar.
Sin embargo, la mayor parte del tiempo estaba convencida de que el sexo en vez del amor no funciona. Había probado eso y terminó siendo un total fracaso, principalmente emocional. Siempre al fin y al cabo, en lugar de llenar ese espacio que quedó vacío por el amor o por el desamor, terminaba peor, entendiendo que una buena noche de placer no hacia olvidar sino recordar con más fuerza, que te restregaba en la cara que deseabas que hubiera sido con el tipo que alguna vez destrozó tu corazón y que aún así amabas todavía.
En cualquiera de las dos situaciones, sabía que - a parte de el- no existía otra persona sobre la faz de la tierra (si existía en realidad, pero no era posible ya) con la que quisiera pasar un rato, recibir -y dar- un poco de cariño, ternura y claro una muy buena dosis de pasión.
Fue en ese recibir y dar cariño que terminé subida en esa montaña rusa, bajando y subiendo una y otra vez, creyendo en él y aceptando que mentía.
Creo que nunca pude seguir el ritmo de esa carrera, de algún modo sabia que yo iba perder, sabía que terminaría peor que antes.
No estaba bien querer y no querer, creer y no creer, pero sobre todo no estaba bien esperar más de lo que debía. En el fondo ya no me conformaba con que me quisieran en ciertos días y determinadas horas, empezaba a querer más, evidentemente más de lo que podía tener.
Lo vi por última vez una mañana de otoño. No pude evitar besarlo al despedirme y decirle al oído un te quiero – que ojalá no haya escuchado-.
Nuestra despedida fue sincronizada y en silencio, nunca dijimos adiós, solo dejamos de vernos. Él, fiel a su estilo dio el primer paso, continué yo con lo creí debía hacer para sacarlo de mi vida.
A veces me pregunto como estará, que habrá sido del chico de sonrisa amplia, de mirada profunda y misteriosa, que parecía siempre tener la respuesta exacta, que aguantaba mis malos momentos y que siempre, al final, terminaba haciéndome sonreir.
Yo creo (o quiero creer) que se alejó para no lastimar, para no herir a la gente que amaba. Quiero creer que también lo hizo por mí, ¡sí! creo que también debió hacerlo por mí.
El dilema del erizo: Cuanto más cercana sea la relación entre dos seres, más probable será que se puedan hacer daño el uno al otro. Si se acercan demasiado, las púas de cada uno dañarán al otro. No hay intencionalidad en el daño, aunque sí, esta situación determina sus hábitos sociales, y les relega a cierto grado de soledad y vida independiente.
¿Quién no ha hecho el ridículo aunque sea una vez en la vida?, una escena dramática entre patética y absurda, o triste y cómica a la vez. Todos, (o casi todos) tenemos en la memoria alguna escena de esas que no se la sabe nadie, hasta que te enteras que algo parecido que pasó a tu mejor amigo (a) y solo ahí tienes el valor de admitir que también tú lo hiciste por error.
La parte divertida es que, es en esos momentos en que sientes que te hubieran arrancado el corazón del pecho y no te quedara más aire por respirar, en que la gente te dice cosas como:
- No te preocupes, va pasar.
- El / Ella no era lo suficientemente bueno para ti.
- Sigue adelante (con un forzado ¡tú puedes!)
- Eras demasiado buena para él / ella.
De hecho, no te ha quedado más que fingir una leve sonrisa y decir convincentemente ¡Sí, tienes razón!
Recientemente he descubierto que me paso gran parte del tiempo recordando cada una de esas escenas (que por cierto han sido diversas) y disfruto analizando mi pasado, tratando de entenderlo y de corregir mentalmente mis errores. Borro y reescribo en mi mente como debió ser, cual guión de novela personal.
Aunque no parece saludable, me ha resultado de gran ayuda analizar cuadro por cuadro cada capítulo de mi vida y pensar en lo que debí haber hecho o dicho, en lo que debí callar o gritar. Y entonces, la culpa infaltable cuando miras el pasado, parece hacer de ese momento un inexplicable pero reconfortante momento digno de fotografiar.
Este ejercicio puede sonar algo fetiche, pero me ha permitido reconocer errores, arrepentirme de bochornos pasados y sobre todo me permite jurar y rejurar por todos los santos -y los no tan santos- que nunca más lo volveré hacer.
Me arrepiento por ejemplo, de haber callado tantos ‘te quiero’ reales y de haberlos dicho tan repetida e indiscriminadamente, cuando en realidad no los sentía.
Me arrepiento de haber intentado ser la chica perfecta para el chico imperfecto, me arrepiento de los chistes malos que no hice y por no reir a carcajadas cuando debí hacerlo. Desde luego, me arrepiento de haber perdonado mentiras, y claro, de haberlas dicho con tanta frecuencia.
Me arrepiento de haber pedido flores en vez de libros, me arrepiento de haber regalado mis libros en vez de tarjetas, de haber escrito cartas - más de lo necesario-.
Me arrepiento de aquel cumpleaños infeliz esperando por tí, me arrepiento de haber nadado contracorriente y haber quedado tan maltratada después.
Y es que, si lo pienso mejor, hay mucho de que arrepentirme todavía. Seguramente seguiré pensando que fui una completa estúpida por haber hecho o no alguna cosa, diré otra vez ¡nunca más!, y ahí estaré tiempo después, arrepintiéndome de los mismos errores, en un lugar distinto, en una circunstancia distinta, con una persona diferente.
Dicen que arrepentirse está mal, pero para mí suele ser una limpia periódica del alma, aunque eso signifique que vaya por la vida equivocándome una y otra vez.
A propósito de leer a Renato Cisneros y su último post sobre las grandes ventajas de no tener novia, es justo y necesario añadir cuáles son las muchas ventajas que también tenemos nosotras al no tener novio.
El no tener novio te permite ser todo lo impuntual que quieras ser, sin tener que maquinar excusas por llegar tarde a una cita -Que si había tráfico, que si el carro se malogró, que si una turba de manifestantes bloqueó la carretera-. En la cómoda situación de estar sin novio, no hay porque explicar que andabas probándote cuanto vestido bonito había en el closet, porque no decidías si te iba bien los rulos o el cabello lizo, porque cinco minutos antes de salir empezó tu serie favorita y debías ver por lo menos el inicio o porque simplemente te dio la reverenda gana de llamar a tu mejor amiga para que te contara las novedades del día.
Cuando uno está sin novio (como yo), puede hacer y deshacer su vida sin complicaciones, ¿quieres pasar la tarde de shoping?, ¿quieres ir a la peluquería y pasar horas allí?, ¿quieres escuchar música recontra cursi?, ¿quieres el control remoto para tí?, ¿quieres hacer zapping todo el tiempo y detenerte cuando quieras en TV y Novelas?, ¿quieres comer demasiado o no comer absolutamente nada? ¿quieres cantar, gritar, callar? o simplemente quieres ponerte la pijama más holgada que tengas, tus medias de lana favorita y zambullirte en tu camita a ver alguna película de "chicas" y llorar, sí llorar, cuantas veces quieras, en el momento que quieras.
Así que ¡Hazlo nomás!, sin culpas ni remordimientos. Hazlo porque no tendrás a alguien llamando quinientas mil veces para recordarte que está esperando hace media hora en la puerta de tu casa. Hazlo que no verás esa mirada de Kill Bill nunca más.
Recuerda que cuando estás sin novio puedes salir las veces que quieras con tus amigas (incluso las de la lista negra), ponerte ese polo escotado que tanto te gusta y claro, puedes mirar a todos los chicos lindos que desees.
Así que ¡hagámoslo!, hasta que el corazón empiece a quejarse, hasta que se sienta insatisfecho, hasta que no nos llene más, hasta añorar la asfixia, hasta cansarnos y como buen ser humano empezar la búsqueda de un nuevo amor.
El monólogo de La Agrado. ¡Ojalá y pudiéramos sentirnos auténticas también¡.
Dícese de la fijación que hace que la libido se una fuertemente a personas o imagos y reproduzca un determinado modo de satisfacción.
Este concepto es lo más cercano a lo que siento cada vez que escucho al viejo Nacho Vegas, este gran asturiano al que descubrí de forma casual hace algunos años mientras buceaba por la red. Y ahí estaba el gran Bunbury, con un tipo de aspecto extraño y cansado que gritaba por un megáfono que fue el hombre que casi conoció a Michi Panero (¿quién rayos era ese tal Panero?). Aquel día esa música me lanzó al mar, me hundió, me hizo reflotar, me volvió a hundir y me samaqueo de tal manera que nunca más pude dejarlo.
Debo decir que la música de Nacho Vegas me enamoró desde la primera vez, fue de esos amores a primera vista que no existen en la vida real. Su extraña voz, el ritmo pausado, la melodía, la poesía hecha canción, el canto triste pero a la vez fuerte e imponente, esa especie de desdicha paradójica que termina por envolver. Y no es poco decir de alguien que recolecta lo sucio, lo extraño, lo cabaretero para convertirlo luego en poesía. Alguien que le canta a la frustración, a la culpa, al odio, al sexo, a la resaca; sin necesidad de maquillarlas y convirtiéndolas en crónicas puras y sinceras.
No pretendo hacer apología al gran Nacho, a estas alturas, quienes los hemos disfrutado sabemos que lo más excitante es que algunos lo amamos y otros lo odian. Si embargo, me he propuesto hablar de su música y voy a intentarlo.
Cada canción tiene un tono de confesión sincera y sin vergüenza. Nacho se permite ser y sentir como humano: “Bravo, permíteme aplaudir por tu forma de herir mis sentimientos…” “Te odio tanto que yo mismo me espanto de mi forma de odiar…”, y así nos vemos frente a canciones que muestran que el desamor y el odio son también sensaciones humanas, necesarias a veces. De hecho, si pasas alguna vez por el amargo momento de la ruptura, sus canciones te harán sentir el dolor en su más pura expresión y si aún formas parte de ese grupo de afortunados que no se ha enamorado, conocerás el desamor de cerca, tan cerca que llegarás ha sentir algo parecido.
La música de Nacho navega por las sensaciones humanas. ¡Sí Nacho¡ creo que has sido moderadamente infeliz: “… Los hombres un día sintieron sufrir y quisieron compartirlo. Entonces se inventaron el amor. El resultado fue ya sabéis. Como en los erizos…” (Las Inmensas Preguntas).
Han pasado casi seis años desde que lo conozco, en todo este tiempo ha sido difícil convencer a la gente de que escuche con atención y sienta la magia. “Es música muy triste", escucho con frecuencia. Y, sin embargo, he terminado por convencerme que escuchar a Vegas es un placer no apto para dos, se debe hacer a solas, porque es una experiencia que en soledad tiene más sentido.
Ahora me pregunto qué se sentirá oírlo en vivo, sentir como se rompe su voz cuando dice: “Perdón por el gran sinsentido, por querer comprenderlo y, sobretodo, por no comprender... Perdón…” (En la Sed Mortal).
Seguiré imaginando ese momento, tal vez no sea hoy, ni mañana, ni al otro, pero un día pasará y Nacho “…si tienes un rato allí, ¿me querrás enviar algo impregnado en tu olor, desde el frente con amor y con absurdidad? (Con amor y absurdidad).
(Debo señalar que mi reciente incursión en el espacio blogger me permite publicar algo tan pasadito como esto. En recompensa por semejante conchudez va también un alucinante grafitti de Banzky)
Al igual que muchos de los que usamos el internet, he visto con gran entusiasmo como se ha convertido en un importante medio de difusión de contenidos y más aún, en un soporte de expresión para el ciudadano de a pie. Los peruanos tenemos en las redes sociales la posibilidad de exteriorizar nuestra posición en torno a diversas situaciones; ¿trascendentes o no?, uno puede decir lo que le venga en gana, exponiéndose claro, a sufrir un bombardeo de opiniones contrarias. ¡Pero de eso se trata finalmente, este medio deja decir y deja contradecir!.
He descubierto además (con gran emoción debo reconocer), que los peruanos nos hemos convertido en millones de analistas políticos que desde diversas tribunas buscamos opinar para convencer, y es que la situación en la que nos encontramos sin duda lo amerita. Por alguna razón este escenario me agrada, por que ha permitido que mucha gente se interese en aspectos antes restringidos y hablo de la restricción interna para opinar sobre situaciones que atañen a nuestro país. Bajo ese pretexto resultó sano ver si algunas de las tantas opiniones que circulan por la red terminaba por convencerme de que era efectivamente cobarde y cómplice por tener la intención de votar viciado o simplemente no ir a votar.
Es en ese afán que he revisado cuanto link asociado a la coyuntura electoral de nuestro país exista, surfeando entre denuncias coherentes y descabelladas, furibundos análisis de periodistas e intelectuales y opiniones de mis más de 200 amigos del facebook (¡esto es especialmente bueno, ya que creí que mis amigos se reducían a 20!).
Durante la incansable búsqueda resultó que lo más cercano a mi posición es la opinión de Mariella Patriu, de quien como periodista solo había escuchado cuando César Hildebrant la sacó del programa “La boca del Lobo”, según dijo, por orquestar una traición. Poco después supe que es su sobrina, en fin.
El objetivo de esta nota es transcribir algunos párrafos de la columna de Mariella Patriu, que considero reflejan la sensación que muchos tenemos a pocos días de las elecciones presidenciales.
Ya que el juego democrático nos ha ubicado en la terrible disyuntiva de decidir entre el cáncer y el sida (Vargas Llosa dixit) o entre el moco y las babas (como diría mi abuelita) el Perú se enfrentará este domingo 5 de junio a una realidad lamentable: estamos entre la espada y la pared. Y parece que este Perú de los desaparecidos de Colina, de los periodistas perseguidos, de los medios chantajeados y comprados, del congreso convertido en el portapliegos del dictador, ha decidido repetir el plato y probar suerte otra vez con la familia Fujimori, donde parece que el gran patrimonio que heredan los hijos es el poder que nace de los votos populistas. A este país de la salita del SIN, de los poderes secuestrados, de la SUNAT como sicaria de la mafia, de las Fuerzas Armadas rateras y traidoras a la patria, a este país del chinito buena gente que llegó en tractor y que se fue como un dictador fugitivo, le parece buena idea que salga Keiko a pesar de todo eso, con tal de que no sea elegido el cachaco mandamás de familia homofóbica y poco respeto a la propiedad privada, convertido ahora en una versión increíble de liberalismo y democracia. Y en ambos casos se dirán las mismas frasecitas trilladas de siempre ¡Que la libertad venció al miedo y que juro por Dios y por la Patria y ¡no me juzguen por los errores de mi padre¡ y etcétera y mil etcéteras más. Yo quiero a mi país. Lo quiero libre de compromiso. Que no lo contaminen las dictaduras extranjeras ni lo ensucien las corrupciones internas. Lo quiero libre de polvo y paja, sin racismos que lo dividan ni nacionalismos que lo aíslen. Que se vayan los corruptos, los mentirosos doble cara, los rateritos de poca monta, los candidatos rabo de paja, los machistas, extremistas. Váyanse también los pobres diablos que buscan un futuro en la política. Nunca lo van a encontrar. Dedíquense a otra cosa y dejen de vivir de nuestros impuestos a cambio de nada. Los que creen que el voto debe ser obligatorio, porque el pueblo es un atado de borregos, váyanse también. No los queremos. Sabemos decidir por nosotros mismos si votamos o no. Delincuentes de cuello y corbata, con cola de rata, go home! Media vuelta y a su hueco. Cánsense. Ya robaron bastante. Que se vayan los que ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga que tienen en el propio. Váyanse los egoístas que no supieron renunciar a tiempo y que ahora se preocupan porque “la democracia está en peligro”. Too late. Lobos disfrazados de cordero: ya les vimos los colmillos: se les escapa de vez en cuando el lenguaje de cuartel. Váyanse los intolerantes que no saben debatir. Váyanse los atorrantes que usan el insulto como fórmula de ataque. Váyanse los que se creen perfectos y no conocen la palabra autocrítica. Váyanse los idiotas que creen que el país se divide entre los “pitucos gringuitos” y los “cholos pezuñentos”. Váyanse todos aquellos que fundan ideologías políticas que se basan en conceptos raciales. Lárguense, por favor, los que creen que esto se combate con una buena campaña política. No entienden nada. Váyanse los egoístas que se acordaron que había país más allá de las playas de Asia, solo cuando se asustaron con Humala. Váyanse los que rumian su odio y lo escupen a través de las redes sociales, en lugar de entender que esta nación solo saldrá adelante cuando cada ser humano que la conforma se convierta en un constructor y no en un mendigo. Mariella Patriu.
Por eso y por muchas cosas más, decidí que:
¡No votaré por Keiko!
Porque tengo memoria y recuerdo con asco e indignación la corrupción fujimorista, porque me niego a olvidar los crímenes, la impunidad y sobre todo a ignorar a las miles de víctimas de ese nefasto gobierno.
¡No votaré por Humala!
Por que no me creo su repentino interés por concertar los cambios económicos, por que su discurso inclusivo es mediático y oportunista, porque rechazo toda forma de violencia e intolerancia que ponga a los peruanos en contra de otros peruanos.
¡Votaré viciado! (o quizá no vote)
Porque quiero a mi país y deseo que algún día podamos elegir un presidente por convicción y no desde la esperanza en el mal menor. No será este año, desafortunadamente.
¡Mi posición no es cobarde ni cómplice!
La cobardía y complicidad están más cercanas a los votos coaccionados por el miedo ocasionado por ambas candidaturas y que ganará sin duda quien mayor miedo ejerce.
El voto coaccionado por el miedo no es de ninguna manera un voto por convicción.
Ojala y pudiéramos mostrarle a ambos candidatos que existe algo más del 40% de peruanos que nos los quiere, pero es en realidad una hipótesis improbable. Sin embargo, confío que quienes estamos convencidos de esta opción seamos los primeros en promover la vigilancia y participación ciudadana, con instituciones y organizaciones sociales fortalecidas, capaces de mostrarle a quien nos gobierne que durante los próximo cinco años no dormiremos el sueño de los justos, sino que estaremos al frente con dignidad y valentía para que nunca más los gobernantes se sirvan de nuestro pueblo.
En unos meses cumpliré años, seré un año más vieja o un año más experimentada. Cuando me detengo a pensar en los años que cumplo, me estreso. Los 25 suenan a adulta, responsable y encaminada hacia el éxito. A mi edad mi mamá ya me cargaba en brazos, mi hermano mayor daba brincos en la casa mientras mi papá corría tras él. Mi mamá además, era ya una muy respetada profesional que enrumbaba a descarriados quinceañeros. Yo en cambio, ni estoy felizmente casada, ni soy una abnegada madre y para ser sincera no veo cercana esa posibilidad.
La regla dice que al llegar a los treinta ya debería tener el carro del año y dinero ahorrado o invertido en algún negocio que solucione mi futuro. Yo no tengo nada de lo anterior, es más, algunas veces parece que olvido mi edad e imagino lo que quiero tener cuando crezca, minutos después vuelvo a tierra y entiendo que estoy a punto de cumplir 30 años, casi cuarenta, la mitad de sesenta, a veinte añitos de los ochenta (edad en que murieron mis abuelos).
Me he preguntado muchas veces que quiero de mi vida, que espero de ella, que espero de mí. Hoy a punto de cumplir un año más tengo claras algunas cosas:
Quiero seguir disfrutando las navidades en casa con mi familia.
Quiero seguir jugando con mis hermanos como si tuviéramos cinco años.
Quiero seguir odiando las mañanas porque debo ir a trabajar y emocionándome después cuando tengo la posibilidad de inyectar esperanza en la gente.
Quiero seguir soñando que otro mundo es posible. Quiero seguir creyendo que soy la misma y no me perdí en el camino Quiero confiar en que nunca dejaré mis convicciones por la comodidad.
Quiero sin duda, nunca dejar de querer todo esto, porque cuando eso pase, cuando crezca por fin, desearé con locura tener la casa soñada y olvidaré mi hogar; veré ese carro con envidia y lo desearé tanto que empezaré a ahorrar (evitando cosas que me hacen feliz); amaré demasiado a un extraño que olvidaré las navidades en casa solo por el hecho de no salir de su mundo.
Mi madre dice que un día pasará: ¡madurarás es inevitable¡. En el fondo lo creo también, pero no quiero crecer a costa de mis sueños , mucho menos de mi vida.